HOMILIA DE LA CELEBRACIÓN DE LAS BODAS DE ORO SACERDOTALES
Mis queridos hermanos, amigas y amigos:
No creo que se me tome a mal si, en este momento, hago mías las palabras con las que Jesús de Nazaret inició su Cena –la última- con sus amigos y discípulos: “He deseado con toda mi alma celebrar esta Pascua con vosotros”.
Se lo dijo a sus íntimos, a sus amigos más queridos. También yo quiero deciros esas mismas palabras a vosotros, mis amigos. Y decíroslas aquí, en esta sala donde hemos compartido durante más de cuatro décadas ideales e ilusiones, sueños y hasta algún que otro fracaso. Donde hemos compartido, sobre todo, horas y jornadas de sincera y clara amistad. Y donde nos hemos ido forjando interior o espiritualmente para contribuir del mejor modo posible a la construcción de un mundo nuevo –el querido y soñado por Jesús- en el que reine la libertad, la justicia, la paz y la fraternidad.
Me temo que, por mi debilidad interior o por mi torpeza, este ideal nos haya parecido inaccesible en más de una ocasión. Os pido perdón por ello. Pero el balance último de todos estos años que hemos vivido juntos y, más en general, el balance de los cincuenta –primeros- años de mi sacerdocio, se me antoja positivo, muy positivo; y me parece que es justo unir nuestra oración esta tarde en un impulso de gratitud. A Dios, sin duda; a vosotros, con absoluta seguridad.
Pero, ¿por qué dar gracias a Dios? Alguno podría pensar tal vez que Dios se merece ese gesto de gratitud porque durante todos estos ya largos años se nos ha hecho cercano y próximo en los caminos de la vida; nos ha acompañado y hasta nos ha tomado de su mano para estimularnos y no dejarnos desfallecer… no ha sido así mi experiencia, hermanos. Yo he encontrado, por el contrario, la mano de Dios en vuestras manos; su palabra de aliento en las vuestras de ánimo; su cercanía y su proximidad en vuestro cariño y en vuestra amistad. La mejor teología de todos los tiempos insiste una y otra vez que Dios actúa entre los hombres por medio de “causas segundas”, por medio de los hombres. Al igual que no existe “hilo directo” entre Dios y nosotros sino que toda nuestra relación en Él pasa a través de los hermanos –y particularmente de los hermanos más pobres y marginados- así toda la actuación de Dios para con este mundo se lleva a cabo con la colaboración de los hombres, nuestros hermanos y sus hijos.
Concluyo de todo esto que, al agradecer a Dios lo muchísimo que ha hecho por mí durante todos estos años, os lo estoy agradeciendo también a vosotros, mis amigos. Y sólo me cabe decir: que Dios os lo pague y que esta Eucaristía sea, de verdad, lo que su nombre significa: acción de gracias.
Amén.
29 de junio de 2004, festividad de San Pedro y San Pablo
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- Misionero y Pedriodista